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Cambia todo cambia

La Feria del Libro de Bogotá, que supera ya a la de Buenos Aires en afluencia de gente y volumen de ventas, es ocasión propicia para mencionar el fenómeno de las bibliotecas públicas de la capital, que en el 2003 recibieron casi once millones de visitas. Más que todo el sistema nacional de Chile, más que Ciudad de México que tiene el triple de sus habitantes- y casi lo mismo que la red de 83 bibliotecas de Nueva York. A una biblioteca de barrio, como la de El Tunal, entraron más personas que a la biblioteca pública central de Nueva York, la famosa de la quinta avenida.

 

Desde tiempos inmemoriables a Bogotá se le ha conocido como
la Atenas Sudamericana por ser participe y productora prolífica de la cultura latinoamericana de clase mundial.    La ciudad de los años 90 y de mañanas gélidas en que nací y crecí; con sus calles agrietadas solo comparadas a la superficie lunar era digna merecedora de este apelativo por razones evidentes:  La ciudad se comparaba a Atenas tal vez solo por ser una ciudad en ruinas.

 

Bogotá era una ciudad en la que todos vivíamos pero nadie quería reconocerse como Bogotano, de lejos atraía más la belleza de las mujeres de la zona cafetera, el sabor inigualable del caleño y ni que hablar de nuestra mágica región caribe.   No solo la ciudad era simplemente un lugar para vivir o sobrevivir sino que nos apesadumbraba la lúgubre y tétrica ciudad en la que el caos tomaba dimensiones dantescas.

 

La cultura estaba relegada al último plano y los parques eran botaderos de escombros en que los habitantes un tanto resignados a tanta podredumbre sacaban a sus perros para que estos decoraran orgánicamente tanto decaimiento.

 

Eran tan pocas las opciones de diversión, tan pocas nuestras bibliotecas que la única gran biblioteca de Bogotá era la más visitada del mundo, no por sus dimensiones sino por ser la única existente para una población de 6 millones de habitantes.

 

Pero desde hace aproximadamente unos 7 años y con una sucesión de alcaldes visionarios y complementarios, la ciudad cambió por siempre. Ahora sí podemos decir que el apelativo de Atenas sudamericana recobró su sentido original.

 

Con multitudinarias muestras de cultura nuestra ciudad atrae tanto como pueden hacerlo ciudades magistrales como Nueva York.  La oferta cultural de alta calidad es enorme.  Varios de nuestros festivales tienen renombre mundial. 

 

Rock al parque, es el festival de rock gratuito al aire libre más grande de Latinoamérica, y ha decir de los expertos es segundo solo después de Rock in Rio (Rio de Janeiro, Brasil).  El festival de teatro de Bogotá es el segundo mejor festival de teatro a nivel mundial después del de Dublín.   Cada dos años ilumina la faz de nuestra ciudad con los visos de grupos teatrales venidos de todos los rincones de la tierra.  Lo más loable es que para lograr que el público local se empape y se deje obnubilar por las artes histriónicas de una manera socialmente justa e igualitaria en la medida de lo posible; los boletos solo cuestan una fracción de lo que los grupos realmente cobran por presentarse.   Una infinidad de festivales y museos coronan de manera singular lo que la ciudad ofrece, el festival de verano, La feria del libro, el museo del oro son solo algunas de ellas.

 

Con unas administraciones eficientes, se ha logrado crear un tejido de bibliotecas que abarcan los sectores con más necesidades culturales. Un megaproyecto hizo que la población que no tiene acceso a los libros por razones económicas, disponga ahora de bibliotecas con una personalidad estética indiscutible y un contenido intelectual novedoso y acorde con las necesidades de nuestra población.

 

En este breve recuento del resurgimiento de Bogotá como polo cultural de nuestra América, lo valioso es analizar el contexto en que se produjeron dichos cambios.   La ciudad se encontraba en una desesperanzadora continuidad de lo abominable, pero los ciudadanos han tenido el acierto de elegir a unos gobernantes responsables que supieron corregir el rumbo errático de nuestro barco y de paso crear un gran sentido de pertenecia a la urbe: Soy Bogotano oí decir, yo también; oí con orgullo replicar.

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