Corría el año del 2001 en de un caluroso verano estadounidense, de aquellos
en que el pavimento deja de
ser solido para ser viscoso. En mi sitio de trabajo se encontraban en su gran mayoría estudiantes que en sus vacaciones
trabajaban en aquel parque de attracciones de Massachussets. De todos ellos, me causó gracia que uno de los trabajadores
provenía de una familia bastante adinerada. Yo provincial suramericano jamás comprendí como era posible que un miembro
de tan distinguida familia recogiera la basura y llevara a cabo tareas monótonas en horarios exigentes como el común de los
mortales. Yo estaba muy acostumbrado a que los hijos de los adinerados
jamás siquiera pudiesen percibir lo que era
llevar a cabo los trabajos reservados a los menos instruidos formalmente.
Luego leí el libro Satanás de Mario Mendoza, en que uno de los personajes rememoraba una conversación con
su tío. Este le decía que para que el pudiera estudiar, había panaderos que se levantaban a preparar el pan a las cuatro de
la mañana, obreros que trabajaban sin parar en polvorientas construcciones, empleadas de servicio que hacían las tareas de
casa de maravilla y toda una horda de trabajadores solo para que él pudiera vivir su vida conforme a las oportunidades que
le fueron otorgadas por razones del destino. Bien podría haber sido hijo del obrero y haber sido relegado a faenas menos
agradecidas o prometedores según los canones de nuestra sociedad.
Ahora leo el libro de liderazgo de Sthephen R.Covey (académico de Harvard) en que se esboza un concepto llamado
la filosofía de la abundancia. Según esta manera de ver la vida, en nuestro camino hay muchos recursos disponibles para
todos basta con que el individuo con mucha fuerza y entereza asuma el puesto de responsabilidad que quiera lograr. No estamos
en un mundo en que se gana a despensa de otros, estamos en un mundo en el que si se esta dispuesto a luchar por ello, se obtendrá
lo que se le tiene reservado; si se quiere lograr.
Basado en este concepto y haciendo una autoreflexión, me dirigo a ustedes Ekklesiasticos, para que jamás dejen
de ver al obrero, a la empleada doméstica, al empleado de McDonalds como los luchadores incansables que permiten que ustedes
sigan las vidas tan afortunadas que tienen. Esto conlleva una inmensa responsabilidad social que a menudo ignoramos:
Tenemos que luchar por nuestros sueños, detrás de tí toda una horda humana trabaja, somos un equipo.
Es por esto que a quienes tenemos la gloria de estudiar quiero recordarles estas sencilla frase de Martin
Luther King:
Si eres barrendero, barre como Mozart compuso música o como Picasso hizo sus obras de
arte. Cuando la gente pase por tu humilde morada, todos dirán aquí vivió el mejor barrendero de la ciudad.
Una semana de éxitos y mucha reflexión, les desea.
David Salamanca