Mis queridos Ekklesiásticos después de una prolongada ausencia y comprobando que cualesquiera fueran mis palabras hoy,
no podrían superar la metáforica historia que encontré el otro día y consigné en mi diario, quisiera con ustedes hoy compartir
este singular relato. No es por debilidad melancólica ni por pereza analítica o literaria que retomo el trabajo de otra persona,
es por físico amor a la palabra hecha verbo.
El velero blanco
Desde que era niño siempre tuvo el sueño
Que le dio un barquito hecho de papel
Y fue desde entonces que quiso ser
dueño del velero blanco y bogar en él,
no por los paisajes de cielos lejanos
tampoco por islas de hermoso coral.
Él solo soñaba sentarse en su barco y por
una brisa dejarse llevar.
Al pasar el tiempo se quedó en un sueño,
como tantos sueños, de su sueño del mar
nunca dijo a nadie nada, pues siempre temía
que si alguien sabía se fuese a burlar.
Hoy que ya está viejo, y nadie le ofrece
Por sus pocas fuerzas un trozo de pan,
Agarra la silla, esa que se mece,
Y se va hasta el patio, buscando soñar,
En la vieja silla se siente en el barco,
Cerrando los ojos escucha la mar
Y hasta hay una brisa
que baja a sus labios
o las olas muy pequeñas
con sabor
a sal